miércoles, 8 de mayo de 2024

Lugar común

Y tener que regresar al lugar común, a buscar en sus cimientos los recuerdos que nos han embrutecido y talar, como a un árbol milenario, con llanto en los ojos que quieren respirar la humedad de sus frutos, pero no alcanzan a esperar, sentados en sus raíces, la lumbre y el calor del fuego (la promesa). Talar esas ensoñaciones de piedra de donde brotan arrogantes los muros intangibles del olvido. Golpear, hasta las últimas palabras como “adiós” y “gracias” y “perdón”, hasta el gesto aprendido de la muerte, hasta que llega la muerte con el fruto del árbol de los días. Gritar, patalear, sacudir las ramas enredadas en el nido establecido por el frío y la maldición de un afuera tembloroso ante el cantar del tiempo que revolotea entre las ruinas del bosque de los años. Es tarde, arguye la madre mientras mece la duda, es tarde para jugar entre escombros y pretensiones, la cuna de madera extiende sus venas entre la tierra, el hombre es cosecha del arrullo común de la noche escondida entre raíces de terror y encanto.

martes, 7 de mayo de 2024

Teratoma


 ¡Han tomado mi cabeza!

Flanquearon los frutos de la luz e instalaron súplicas en todos los rincones: de la oscuridad al silencio, del silencio a la inercia, de la premonición a la incertidumbre. .

¡Han tomado mi cabeza!

Fustigaron las ideas hasta volverles nombres; los sueños, hasta advertir en ellos las repeticiones. 

Ocuparon su paciencia en limpiar la sangre y la memoria, secaron mis lágrimas con la coreografía de su permanecer durante años entre las claridades y las diferencias, como simiente de todo lo imaginado; la piel de las alucinaciones. 

¡Han tomado mi cabeza!

Sin flores ni aceites de corte, sin cantos ceremoniales, con artículos, parágrafos, con justificaciones.

Van marchando por los pasillos de la casa; susurrando, sugiriendo apenas la sonrisa. Espío desde el ático, en la apariencia de lo quieto; apenas y alcanzo a proponerles que no abran las ventanas, que los cercanos sentirían vergüenza al verme sucumbir a los vicios del ritual y del tiempo. 

Pero… ¿Quién es la jaula vacía? ¿Quién los ojos abiertos del juguete que insiste? ¿Quién la boca abierta del ahorcado? ¿Quién el trozo de vidrio que en un marco de madera resiste? ¿Quién el polvo en el aire que no se respira? ¿Quién el adorno de olvidar?

Despacio y sin ritmo van buscando la ruta de las instituciones, buscan sin ansia los vestíbulos del orden donde hay flores dibujando los jardines, sudorosas, ganan luz en su premura de sombras coloridas donde sorben, plácidas, las primeras larvas.  

Yo no estoy, pero amplio es el patio de mi despedida. 


Entra la procesión en las escuelas y las panaderías, en los prostíbulos hidratan mi cabello soleado, en las carpinterías terminan de abonar con aserrín la sementera de mi sombra, en los atrios de todas las iglesias me obligan a lamerme los labios, como persignación y besan, temblorosos, la saliva que me baja por el cuello. 

Me canso, como si esta paradoja no fuera suficiente para llenar de oscuridad las venas y hubiese que seguir bombeando fantasía. Entumecidos, los dientes terminan por ceder y suman una alucinación más a la romería de mis dubitaciones; a contramarcha, atrás, emancipados de la boca, cierran el cortejo con muecas de agonía que disfrazan de profunda tranquilidad, juntando sus raíces pálidas como una sabia flor de recomendaciones. 

A mi trastienda llega la noche, pero no puedo encontrar las grietas del adentro o la puerta que me ponga a la sombra del presente. No puedo ver más allá de mi mismo y ellos siguen exhibiendo mis ojos secos por las calles del fracaso. 

En este patio abunda el calor de la luna y estorban los zapatos que apenas y perduran al final de lo que pude y no quise caminar, pero ahora no hay camino sin la huella de sangre sobre todo lo que admiré sin darme cuenta y fui amontonando en este refugio descubierto, donde el faro de la noche exhibe el temblor de lo negado. 

Válgame la vida que me dio tu nombre, oculto en el mío como un osario, y mi aliento que impulsa los latidos de polvo en este vientre que mira, desde su pedestal, el tránsito de todo la maravilla; a sus pies, los súbditos del tiempo, del deber, del amor y del prodigio; los feligreses del hastío, esperando purgar sus próximas culpas; los celebrantes de la agonía, los espectadores de la duda, los demandantes de la espera; todos a la vera del desfile, arrojando espuma al paso de mi cabeza inmóvil. 

!Válgame la vida! 

A dónde podrán llegar sin el sudor de mi signo, sin la pena de sus propias comisiones… 


Elemental 1

Danza del fueg o ..  Paul Gauguin. Abrasa tu sombra la última presencia que palpita entre destellos Ruge el silencio y yo disimulo esta desn...